Mi amigo me tenía totalmente asombrado. Estaba decidido a toda la vecindad lo santo que era. Incluso se había puesto un ropaje adecuado a dicho propósito. Yo siempre había creído que cuando un hombre es auténticamente santo, resulta evidente ara los demás, sin necesidad de ayudarles a que lo vean. Pero mi amigo estaba determinado a proporcionar esta ayuda a sus vecinos. Llego incluso a organizar un pequeño grupo d discípulos que demostraran ante todo el mundo esa pretendida santidad. Lo llamaban “dar testimonio”.
Al pasar por un estanque, vi. un loto en flor, e instintivamente le dije «¡Que hermoso eres, querido loto! ¡Y que hermoso debe ser Dios, que te ha creado!».
El loto se ruborizó, porque jamás había tenido la menor conciencia de su gran hermosura. Pero le encantó que Dios fuera glorificado.
Era mucho más hermoso por el hecho de ser tan inconsciente de su belleza. Y me atraía irresistiblemente, porque en modo alguno pretendía impresionarme.
***
En otro estanque, situado un poco mas allá, pude ver como otro loto desplegaba sus pétalos ante mi con absoluto descaro y me decía: «Fíjate en mi belleza y glorifica a mi hacedor».
Y me marche con mal sabor de boca.
Cuando trato de edificar, estoy tratando de impresionar a los demás. ¡Cuidado con el fariseo bienintencionado!
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